La triste muerte.

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Pantanos, viento y espera iluminan la tierra de cadáveres, allí donde los no enterrados gobiernan y se pasean tranquilos, allí donde los muertos descansan enterrados bajo sus pies arrepintiéndose por no haber aprovechado sus hilos de vida.
Numerosas paredes de ladrillo encierran al cementerio, congoja y tristeza se ciernen hoy entre ellas, especialmente porque las lapidas ya no saben que nombre escribir, y hoy se han aprendido el tuyo, lo han escrito sin avisar dejando inundado de vacío todo el pasillo de la casa. Ya no habrán mas historias sin principio, ya no habrán mejores recuerdos por vencer, ya no se hará nada ante sus ojos caídos, y ya nunca volverá a abrir el cajón en busca de las fotografías de su autentica tierra, sino que soñara y se mantendrá siempre en ella, sin encontrar el camino de vuelta a casa pero tampoco necesitándolo, por que allí donde vaya nos volveremos a ver, y mas crecidos y al cabo de muchos años, volveremos a estar con la ayuda del tiempo todos hablando.

En memoria de: Carmelo Manzanares Torres (1925 - 2008).


Escrito por Marc Nadal.

No hay nadie.

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Cada 11 de Diciembre él bajará al pozo a por su amada, tan solo la había encontrado una única vez a lo largo de todos estos años, la encontró extendida en el suelo, delicada y dormida, no pudo despertarla por mucho que se atreviese a intentarlo, pero aquello fue el primer año, aquel por el cual baja cada siguiente.
Y él no encuentra nada, ni este ni el venidero, la tradición no da más que decepción y frustración por que ella no se había quedado allí, ella no aparecía nunca, en las paredes no estaba su cara ni en las piedras sus manos como antes estuvieron, por lo que el amor se desvanecía al final de un pozo, y el miedo a morir se incrementaba cada año nuevo.
El 12 y 13 de Diciembre se inunda de martirio y de un cogido mal habito que es recordar. Recordar aquel 11 de Diciembre de aquel primer año, cuando a escondidas de su esposa la traicionaba, y fue la ultima vez porque anteriormente su mujer le había dejado su vida en sus manos, le dijo que si lo hacia ella se moriría, y cumplió su promesa. Y por ello, cuando el presente se haya convertido en lo escrito, y el pasado todavía cuente su historia, él volverá a bajar.

Escrito por Marc Nadal.

El protagonista.

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Lo primero que recuerdo son los cristales esparcidos por el suelo, unos gritos sordos continuados por la sirena de una ambulancia que iluminaba parpadeante toda la calle, tan solo fueron unos minutos inmóvil, pero el tiempo carecía de importancia por el hecho de no entender nada. Y digo inmóvil, no solo porque no sintiera ninguna de mis extremidades ni la mayoría de los sentidos, sino porque el cráneo al igual que el resto de los huesos de la cara se habían incrustado en el frío asfalto. Dejaron de caer los incesantes trocitos de cristal de la ventana partida, del mismo modo como se desvanecieron todos los recuerdos, todas las caras, momentos y nombres que conocí. Que siguiera vivo fue un milagro, tuve la cabeza abierta por tres sitios distintos durante dos minutos y medio. Lo primero que me pregunte, no se si en castellano o en una lengua que surgió del momento, fue: ¿De quien es esa mano?, no entendí que era la mía por su imposible posición, pensé que era de otra persona que había caído conmigo pero la realidad era que tenia la muñeca dislocada.

No fue como en las películas que siempre quise protagonizar, juzgo ahora al leer mi diario, no había trama oculta, ninguna conspiración en las sombras, ninguna mujer de vestido rojo con una figura tan provocativa como calculadora. Tan solo tuve un accidente en la oficina, me quede trabajando hasta tarde y entre en el despacho de mi compañero para recoger unos papeles olvidados, por ahorrarme varios segundos no encendí las luces, tropecé con el cable del fax que instalo aquella tarde.

Pase múltiples meses en el hospital viendo a cada despertar caras diferentes, en realidad siempre eran las mismas pero no conseguía recordarlas, aquellos días jamas han existido. Supuestamente no podía almacenar nada mas de diez minutos, y por ello siempre preguntaba las mismas cosas, hasta que llego el día que memorice, el doctor me hablo sobre mi mujer e hija, un matrimonio que funde hace veinte años, fue la trentesima vez que teníamos esa conversación.
-¿Y cuantos años tiene mi hija? -Le pregunte.
-13. -Contesto el doctor.
-¿Y como es?
-La tiene a su derecha.
-¿Y mi esposa?
-Esta sentada en los pies de la cama.
Ya os digo que no fue como en aquellas películas, las que repase una y mil veces en el comedor durante largas noches. Las visualicé una a una siguiendo el orden en el que estaban comentadas en mi diario; no me decían nada, ni siquiera me gustaron, pero insistí tanto en el diario.
Los protagonistas se despertaban perfectamente peinados, no inundados de dolor, todo era una farsa continua sin ningún tipo de emoción, se levantaban de la cama del hospital y podían correr apenas sin caerse, huían ágiles y se enfrentaban a conspiraciones donde el dinero, el poder, o la traición, formaban una red que el protagonista conseguía descifrar, eso si, con un esfuerzo e inteligencia sobrehumanas.
Yo en cambio me enfrentaba a una cara cosida que era capaz de gesticular, un miedo terrible a la muerte, una soledad y una sensación de robo que no me dejaba dormir, una niña que me miraba siempre manteniendo la distancia, la que nunca volverá a hablar con su padre, un matrimonio impuesto con una mujer que me ofrece falsas esperanzas, un piso cada día mas claustrofóbico, la intensa luz del sol que me quema los ojos, gran cantidad de visitas que intentan ser consoladoras pero que en realidad no me inculcan mas que odio.
Y cuanto odio, no tarde en desquiciarme, ya había partido mas de un cristal en un arrebato de furia al verme la cara, ya ni solía cambiarme de ropa. Me encerré en una habitación oscura con doble cerrojo, caminaba descalzo entre las películas de carátula cambiada, la única luz que entraba era la producida por los contrastes del televisor, y el único aire el capaz de filtrarse bajo la puerta. Notas, comentarios, apunte todo lo que creí importante en las propias carátulas, de forma incoherente unas palabras sobre otras con una ortografía ciega.
La madre de la niña golpeo varias veces la puerta, intento convencerme a voces de que saliera, razones que se desvanecieron al no recibir respuesta, no se cuando ceso, no me di cuenta. Yo seguía buscando respuestas hora tras hora, cinta tras cinta, ¿pero acaso existían?.

Entonces desperté, no, no saldré con la típica escusa de que todo era un sueño, aquello fue tan real como mi reflejo; me encontré envuelto en oscuridad con un único punto al que mirar, una pequeña luz roja perteneciente al vídeo, tranquilizante allí fija entre pensamientos.
Salí de la habitación sintiendo un gran frió, mi mujer asistió enseguida quedándose apoyada en el marco de la puerta, fui yo quien la abrazo a ella, ella ni siquiera levanto los brazos.
Poco a poco me fui acostumbrando a su presencia, a convivir con ellas dos, comprendí que no era un protagonista, era la vida real y lo que ocurrió fue un terrible accidente que ha destrozado a esta familia, no había ningún sentido oculto, ningún traje rojo.
Con el paso de los días sentí que era una carga para mi mujer, no me parecía en nada a su marido, estaba enamorada de fotos y no de mi. Igual que la niña que tampoco veía a su padre, parecía obligada cada vez que me hablaba, ya no sabia que hacer. Los únicos momentos que pasaba con mi mujer era cuando se sentía tan triste que debía recurrir a alguien, y solo estaba yo.
Hablamos largo y tendido sobre como era, las costumbres, los álbumes que coleccionaba, al final acababa pegándome entre llantos gritando que volviera a ser yo, lo suplicaba; lo único que podía hacer era quedarme en un segundo plano esperando que se tranquilizara. Le había cogido un miedo a la muerte mayor al mio, me lo demostraba con cada frase. Un día al llegar a casa me dijo que había contratado un seguro de vida, para que cuando ella muriera dejarle algo a la pequeña niña, me pareció una buena idea de acuerdo con lo que llevábamos hablando hace días. Mas tarde llego el día en el que decidí enfrentarme a la calle, mi mujer me maquillo las cicatrices de la cara, pero aun así continuaban siendo repulsivas y estridentes. No creo que me vuelva a querer. Cuando me veía reflejado no pensaba más que en lo que le debía costar mantener las apariencias, y lo difícil que seria no acabar en divorcio. Yo también decidí contratar un seguro de vida, en el banco nos abrazamos bien fuerte e incluso le bese el anillo de boda, solo nos quedaba iniciar una nueva vida juntos, intentarlo, conocer a mis antiguos amigos, a sus parientes, a los míos, volver a la rutina. Supuestamente todo volvió a ser como antes. La niña poco a poco comenzó a acercarse a mi, comenzamos a conocernos, vi ciertos parecidos con nosotros. Tire a la basura todas aquellas películas, me deshice de fantasías y me centre en hacer feliz a esta familia, a despertarla cada mañana con besos, a preparar el desayuno de la niña, a comenzar de cero como nunca antes.

Al cabo de tres días iniciando lo que esperaba fuera la rutina, mi mujer me llamo por primera vez, significo mucho para mi, asistí a la llamada con un beso preparado, pero la encontré con un ajustado vestido rojo, le pregunte porque se lo había puesto sabiendo lo que significa para mí, pero ella no contesto, lo único que hizo fue levantar las manos y soltarse el pelo mientras centro su vista detrás mio, vio lo que yo no vi, como un tipo que salio de detrás de la puerta se acercó a mi con un objeto de madera, me golpeo fuertemente en la nuca y caí contra la mesita de noche; continuo su paso hacia ella, la agarro por la cintura y le dio un beso como nosotros jamas nos dimos, le recalco lo bien que lo había hecho, y le dijo que por fin podrían hacer el viaje que querían, ella le contesto que a pesar de todo la espera había merecido la pena, habían conseguido más dinero.
Entonces llego la niña, su padre le grito que no viera esto, ella obedeció. Me arrojaron por la ventana esta vez de cabeza, el golpe con el objeto de madera no se notaría al estallarme el cráneo.
Ella testifica como víctima ante la policía, haciéndose desconocedora del porque. Oficialmente fue un suicidio debido a un shock traumático, me vi envuelto en un mundo desconocido en el que no encajaba con un rostro inhumano, así que abrí la ventana en un acto de desesperación y me tire, no sin antes firmar un seguro de vida beneficiario para la que dicen es mi esposa.

Escrito por Marc Nadal.

En la boca del hombre.

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Entre tinieblas caminaba, se encontró un lobo entre sombras, reconoció sus ojos iluminados, amarillos, como años atrás se los había encontrado, sus dientes volvían a pedir sangre, pero ya no eran tan fuertes, tenia miedo.
La mujer en cambio, empuñaba un arma afilada, tenia la cabeza ladeada mirándole con inmenso odio, poseía un gran pesar a sus espaldas, en sus manos, en sus ojos; habían pasado dos años desde que enterró a su hijo, la venganza se apodero de ella, pero no era estúpida, espero a que el lobo se hubiera vuelto débil.

Escrito por Marc Nadal.

Camino.

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A lo ancho del largo rio se encontró al malintencionado destino.
-No llegaras lejos siguiendo este camino -Dijo el destino.
-El camino llega a todas partes, encontrare mi ruta. -Respondió el hombre.
El destino se echo a un lado y le dejo pasar.
-¿No intentas impedirmelo aun sabiendo que pasara?
-Si no te dejara pasar yo no existiría.

Escrito por Marc Nadal.